sábado, 13 de febrero de 2016

Ya puede cerrar si quiere

Son muchos años jugando a Hattrick, un juego cuyos días de gloria se encuentran en el pasado. Y son muchos ya también los años que he estado jugando en las divisiones altas, entendiéndose por divisiones altas aquellas en las que juegan los 1000 mejores equipos de los algo más de 20.000 que hay en España (muchos pero nada comparado con los más de 60.000 que llegó a haber).

En 2013 empecé a cambiar la forma de jugar y tuve la sensación de que podría llegar lejos. Podría repetir mi mejor clasificación hasta la época, tercera división, o estar entre los mejores 300 jugadores. El juego no es un juego rápido, es un juego de estrategia y los procesos llevan su tiempo. Cada temporada son 4 meses y un proyecto de 3 ó 4 temporadas de renovación y otras tantas de consolidación tarda un par de años de reloj en suceder ... si es que sucede.

Como decía, yo tenía la sensación de que sucedería y además de que sucedería un pelín antes de lo que al final lo hizo. La razón del retraso fue que coincidieron en mi grupo equipos bastante fuertes, con una fuerza más propia de divisiones superiores ... divisiones a las que fueron, obviamente. Así que con un par de temporadas de retraso subí a tercera división y además lo hice con la sensación de llegar fuerte, aspirando a un mínimo de dos o tres temporadas de nivel competitivo alto, quizás más si conseguía ir renovando jugadores adecuadamente.

Lo siguiente que pasó, reconozco que no lo vi pasar. Había conseguido subir a tercera (III en el mundo deportivo virtual) a trancas y barrancas, con suerte incluida porque tuve que jugar un partido de promoción contra un rival que no se pudo conectar y que facilitó mi ascenso. Esperaba temporadas duras en las que poder eludir el descenso y mantener el equipo en la división que yo consideraba adecuada al potencial del mismo. En vez de eso, esa temporada gané la liga y subí directamente, sin necesitar promoción. Me encontraba entre los 40 equipos mejor clasificados y yo no era uno de los 40 mejores equipos. Era una especie de polizón.

Pero había tenido suerte, había caído en un grupo de segunda división relativamente accesible y tenía incluso opciones, jugando bien mis cartas, de pelear por el título. Y así pasó. A falta de dos jornadas dependía de mí mismo. Si ganaba los dos últimos partidos, ganaba la liga. Subir a primera sería ya otra cosa, otra cosa de la cual, de hecho, no tuve que preocuparme porque a falta de uno, perdí los dos partidos.

Y aquí es donde ocurre la magia. De pasar de ser el grupo que todos querían porque tenía los rivales más accesibles, el grupo se convierte en una temporada en el grupo de la muerte, con varios rivales muy superiores, muy muy superiores. Tan superiores como gafados porque acabaron descendiendo en una sucesión de eventos estocásticos como yo jamás había presenciado en el juego.

Quizás valga la pena reseñar en este punto que el juego se basa en armar un equipo con diferentes cualidades que podríamos definir como boletos de una rifa. Luego tu rival tiene otros tantos boletos, quizás más, quizás menos o quizás los mismos. Pero entonces sale la bolita y el azar emite su resultado. Lo normal es que el mejor equipo, el que tiene más papeletas, se lleve el premio. Lo normal es eso, o lo sería porque no siempre pasa. En particular esta vez no pasó y no pasó en casi ninguna de las ocasiones en las que yo jugaba.

Equipos indudablemente mejores acababan mordiendo el polvo (o el césped virtual) de forma incomprensible. Eso una vez ... y otra ... y otra ... Al final perdí un partido merecidamente, tuve mala suerte en otro par y muchísima suerte en no menos de cuatro o cinco. A falta de tres jornadas dependía de mí mismo y ganar dos partidos me podía bastar. El único problema era que los dos primeros partidos estaban perdidos, de esos partidos perdidos de antemano. Pues bien, el primero lo empaté y el segundo lo gané. Llegué al último partido y el empate me valía ... y me valió.

Había conseguido ganar en segunda división, eso ya nadie podía quitármelo. Quedaba por jugar el partido de promoción, el enésimo partido perdido de antemano de la temporada. Y el enésimo partido en el que lancé la moneda y salió cara. Me la jugué a ir a la prórroga y después a los penaltis y fuimos a la prórroga y gané en los penaltis. Era equipo de primera, estaba entre los ocho equipos mejor clasificados sin ser, ni de lejos, uno de los ocho mejores equipos.

Debo decir que tanta suerte me recuerda a aquel torneo de Casino que gané en la fiesta de la empresa. La única diferencia fue que aquello pasó en un par de horas y esto en cuatro meses pero al final hablamos de lo mismo. Siempre que apostaba al todo o nada o al menos con un riesgo alto, ganaba. Cuando apostaba cantidades menores, perdía. También en aquel torneo tuve una estrategia que iba adaptando según veía el desempeño de mis rivales directos. Intentaba no apostar más a no ser que viera claramente cómo se me acercaban o incluso superaban. En ese caso apostaba una cantidad fuerte al rojo o al negro y que fuera lo que Dios quisiera. Y quiso que fuera rojo o que fuera negro.

Tras acabar el torneo dije, y he repetido frecuentemente después, que jamás pisaría un casino. Todo la suerte que he tenido que tener jugando al casino la gasté allí así que no merece la pena. Y menos si en vez de ser fichas de una fiesta de empresa es dinero propio lo que arriesgas.

Tras ascender a Primera en Hattrick dije y he repetido un par de veces, que ese juego, en apariencia moribundo, ya puede cerrar si quiere. Será un disgusto relativo (no deja de ser un juego) pero dará igual porque yo ya he llegado a Primera. Y sé que no va a suceder pero, si la racha se prolongara y siguiera ganando partidos sin merecerlo ... no, no va a darse. No esta vez :-).

Un saludo, Domingo.

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