sábado, 30 de enero de 2016

Empieza el jaleo

Esta mañana he ido a donar sangre. Al llegar me he encontrado un panorama que jamás había visto en mis casi 19 años como donante asiduo. Como decía aquella famosa "catch-phrase" del Dúo Sacapuntas, "la plaza estaba abarrotá". En seguida lo vi venir. Pregunté si había algún tipo de promoción a la pareja que estaba delante y el chico contestó que sí, que daban unas entradas para el museo. Mi primera reacción fue irme pues quedaban 45 minutos para el cierre y todo apuntaba a que la espera sería superior a ese tiempo.

El problema estaba en que el próximo día que podía ir me venía bastante peor y ya que estaba allí ... así que hice unas cuentas rápidas: suponiendo que la dotación de enfermeros hubiera tenido en cuenta la promoción y que se pudieran ocupar de las ocho camillas a una media de 15 minutos por donante hacía 8 donantes cada cuarto de hora. En total, en los 45 minutos podrían donar unas 24 personas. Allí no había tantas. Podría haber entre 15 y 20. Lo intentaríamos.

Pues bien, durante la espera voy al servicio y me encuentro con que alguien no había usado la escobilla. Bien, la cosa mejoraba. Cierro la puerta y a continuación un padre con su hijo la abren me ven de espaldas y en vez de volver a cerrar, la dejan abierta. Si recordara alguna expresión española educada para la inglesa no educada WTF, la mencionaría en este momento.

No era tan sorprendente. La gente que acudía a la llamada del ahorro probablemente era del tipo de "Si es gratis dame dos", más bien egoísta, excepto para cuando se trata de compartir con los demás el estado en el que dejan el retrete o que tras las dos puertas cerradas en las que intento entrar, hay alguien.

Pero no, no todo el mundo era así. Por ejemplo, justo detrás de mí había un matrimonio joven con un par de niños. La niña de unos seis años preguntaba el por qué de todo. La madre, con paciencia, le respondía. Una de las cosas que le dijo era que el pinchazo de la aguja era como el de un mosquito y no dolía. La niña insistía en que sí, que tenía que doler mucho. Algo me comentó la madre en ese momento y entonces yo respondí que el dolor debía ser inversamente proporcional al tamaño, queriendo decir que para un niño siempre se magnifica mientras que un adulto sabe manejar mejor esas sensaciones. Por no hablar de que las terminaciones nerviosas son las mismas en un adulto y un niño y, obviamente, en un niño están concentradas.

La madre entonces comentó que se dedicaba a la sanidad (luego charló amigablemente con una de las enfermeras por lo que posiblemente era enfermera también) y que había visto de todo. Personas con fracturas graves en silla de ruedas sin quejarse y personas con rasguños que no paran de hacerlo. Así que todo depende también de la diferente tolerancia al dolor de las personas.

Poco después entré, doné sangre y hasta la próxima vez. Se acabó ese jaleo. El que no se acaba es el que promete durar todavía unos meses o quizás más. Ya veremos.

Un saludo, Domingo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario